«Ninots». Éste es el término con el que el pintor Ramon Casas se refería, en diversas cartas a Miquel Utrillo escritas desde Estados Unidos en 1908, cuando hablaba de los dibujos y apuntes diarios que tomaba fruto de su observación de los instantes más sencillos de la realidad.1 La captación de todo aquello que le rodeaba era una costumbre que le acompañaba desde bien joven, cuando estudiaba en la escuela Carreras, donde para desesperación de los docentes y de sus progenitores se pasaba el día dibujando. Este hábito lo mantuvo incluso cuando su padre, Ramon Casas Gatell, decidió inscribirlo en el taller de Joan Vicens Cots (1830-1886), intuyendo que allí podría hallar su futuro profesional. La relación con el nuevo maestro, uno de los pintores más reconocidos de Barcelona a finales del siglo xix, fue siempre cordial y el joven progresaba a diario demostrando unas habilidades innatas para hacerlo. Su predisposición provocó que enseguida se sintiera estancado y, por eso, cuando le llegó la oportunidad de viajar a París, no rehuyó el reto pese a su juventud y se estableció una temporada en la capital francesa.
LA COLABORACIÓN EN LA REVISTA L’AVENÇ
Antes de partir, dejó un muestra de su talento cotidiano publicando su primer dibujo en el número 6 de L’Avenç, aparecido el 9 de octubre de 1881. Fundada por Josep Meifrèn y Jaume Massó i Torrents, la revista barcelonesa se erigió en portavoz del catalanismo progresista y tenía como misión hacerse eco de las nuevas tendencias artísticas y culturales del momento. Por eso no dudaron en incluir entre sus páginas Recorts d’altre temps [Recuerdos de otros tiempos], una vista del claustro del antiguo monasterio de Sant Benet de Bages lleno de vegetación y abandonado, que el joven inmortalizó por tratarse de un paraje vinculado a su familia materna, donde solía veranear. El dibujo, que forma parte de las visiones románticas de los monumentos que impulsaba la Renaixença, resulta poco detallista tal y como demuestra la simplicidad de los trazos que se aprecian en los capiteles. Pese a tratarse de una obra de juventud, ya anticipa elementos presentes a lo largo de su carrera, como la capacidad de captar y hacer reconocibles para el público los ambientes con unos pocos trazos de su lápiz.
A pesar de su sencillez, el dibujo gustó mucho a los redactores de la publicación, que no dudaron en nombrarle corresponsal de la revista en París. Por desgracia, el encargo nunca llegó a materializarse porque al joven no le gustaba mucho escribir, privándonos así de la visión de la ciudad y de sus habitantes que nos habría legado para la posteridad un Ramon Casas que contaba por entonces con tan solo dieciséis años. Pese a ello, la propuesta que le había realizado la revista abrió un nuevo camino que marcaría la temática de todos sus apuntes, un tipo de arte que siempre estaría marcado por la captación de la realidad que le rodeaba tal y como él la percibía.
Sebastià Sánchez Sauleda.