LA COMPLICIDAD CON SANTIAGO RUSIÑOL
Esta necesidad de plasmar lo que veía y sentía quedó patente en las cartas que Ramon Casas remitió a Barcelona explicando sus vivencias en la ciudad de París. En ellas encontramos una combinación de imagen y letra, en la que la primera adquiere una relevancia crucial, ya que le servía para destacar los hechos que más le habían interesado. Este doble sistema de comunicación, habitualmente lleno de ironía, se convirtió en una costumbre y se repitió constantemente en todo su epistolario constatándose de esta manera la relevancia que para él siempre tuvo el dibujo como forma de expresión en su vida cotidiana. Precisamente, esta técnica fue uno de los medios que nos permite explicar diversos hechos relevantes de su biografía una vez volvió a Cataluña.
Un buen ejemplo lo hallamos en la campaña que organizó junto a Santiago Rusiñol en Poblet en el año 1889, donde, además de pintar diversos óleos, aprovechó el tiempo libre para tomar algunos apuntes. De la serie destaca un retrato de su amigo lleno de cotidianidad, realizado mientras éste pintaba al aire libre delante de las murallas del monasterio. Ejecutado de manera rápida, el resultado final es un dibujo que, pese a su sencillez, permite reconocer perfectamente al personaje y el lugar donde transcurría la acción. Fruto de esta amistad también son un conjunto de dibujos realizados en 1889, durante el viaje en carro con Santiago Rusiñol. Esta aventura les llevó desde Manlleu hasta Berga, pasando por Navarcles, Manresa, Martorell, el Penedès, el Camp de Tarragona y Vic. Mientras avanzaban, Rusiñol redactó los artículos que publicaría en La Vanguardia con el título «Por Cataluña, desde mi carro» y él aprovechó para captar las vivencias en una serie de apuntes rápidos, pero de trazo seguro, que finalmente acompañaron los textos de su amigo. En estas ilustraciones, pese a su sencillez, podemos reconocer sin dificultad a los integrantes de la expedición o a una compañía de saltimbanquis que actuaban por aquel entonces en el pueblo de Borredà (Berguedà), constatando que Ramon Casas ejercía las labores de cronista de la realidad.
La asociación que ambos artistas formaron se alargó y en diciembre de 1890, también a cuatro manos, comenzaron a trabajar en la creación del libro titulado Desde el Molino. Mientras Rusiñol narraba las aventuras del grupo de catalanes en París, Casas se encargó de hacer unos dibujos lineales, esquemáticos, sintéticos, muy gráficos pero llenos de dinamismo que captaban de manera realista a los protagonistas de la historia. Sin ningún tipo de duda, eran unas instantáneas de la realidad llenas de escenas costumbristas y cotidianas que describían el ambiente de Montmartre y que técnicamente le emparentaban con contemporáneos suyos, como Théophile Alexandre Steinlen (1859-1923). El resultado final, que se publicó en forma de artículos en La Vanguardia entre 1891 y 1892, proporcionó a los lectores una relación íntima y estrecha entre los textos de uno y los dibujos del otro, consiguiendo un verismo tanto en las descripciones como en la plástica que las acompañaba.
Este tipo de dibujos, con los que gozó de un gran éxito popular, también aparecieron publicados en revistas como L’Esquella de la Torratxa y el Almanach de l’Esquella de la Torratxa. Este semanario satírico, de ideología republicana y anticlerical, dio a conocer diversos «ninots» suyos entre 1889 y 1898 que sirvieron para ilustrar los escritos de colaboradores de la revista. Son un buen ejemplo las historietas tituladas L’anada [La ida], en la que vemos a un joven de perfil subiendo a una bicicleta dispuesto a dar un paseo para llamar la atención de sus conciudadanos, y La tornada [La vuelta], segunda parte de la narración en la que el mismo joven se nos presenta encima de un burro, cabizbajo y cargando los restos de la bicicleta después de haber sufrido un accidente. También para esta revista reeditó su asociación con Santiago Rusiñol realizando Dibuixant [Dibujando] y Tallant cupons [Cortando cupones] para acompañar al artículo «L’obligació i la devoció» [La obligación y la devoción], y Lo bon caçador [El buen cazador], que ilustraba el monólogo inédito del mismo título. Nuevamente con estas obras, Ramon Casas nos demostraba su pericia, porque de manera esquemática y lineal consiguió el objetivo de plasmar la esencia del mensaje que quería transmitir.
Sebastià Sánchez Sauleda.