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En marzo de 1906 Casas fue a París para residir allí un breve espacio de tiempo: tres semanas. En esta ocasión viajó a la capital de la luz para recoger el chasis del flamante Delaunay-Belleville 12HP que había adquirido. En esta empresa le acompañó su inseparable Pere Romeu. Y aunque el trayecto previsto era Barcelona–París–Barcelona, el viaje finalizó, al menos durante unos días, en Sils.
El 12 de marzo, Casas escribió una carta a Miguel Utrillo en la que le decía: “‘Amigo Miquel: Hoy he tenido carta de Duro, que me dice que a final de mes puedo ir a París a recoger el chasis y, como comprenderás, creo que no seré necesario (…). Para el asunto de Pams, escríbeme una cartita para decirle que yo estaré en París el 1 de abril y lo que además te parezca, eso envíamelo enseguida. Y tú, ¿cuándo piensas venir? Dime algo. Muchos recuerdos a la familia Borras y un abrazo de tu amigo, Ramon’).
El 29 de abril, La Ilustración Catalana hacía referencia a este viaje en la sección Sport: «El último viaje del celebrado pintor Ramon Casas desde París hasta aquí en automóvil lo ha convencido una vez más de la imposibilidad en que estamos de comunicarnos con Europa por carretera. Emprendió el viaje junto con Pere Romeu y, a pesar del tiempo variable y lluvioso, en tres etapas llegó a la frontera con toda satisfacción. (…) después de sufrir las molestias consiguientes al mal estado de conservación de nuestras carreteras y el continuo atravesar barrancos, llegó a Sils, donde lo detuvo definitivamente el agua de la riera, donde falta el puente, y por más intentos que hizo el nivel del agua (…) le impidió atravesarlo en absoluto».
El 12 de mayo de 1906, Los deportes también se hace eco del viaje por medio de Pere Romeu: “Es vergonzoso que la carretera nacional de la frontera a Madrid no sea viable para automóviles y cuando llueve ni por carro (…). Ahora que se preocupan en nombrar comisiones para que gestionen la forma de atraer extranjeros á España, creo que sería muy práctico se gestionara seriamente el arreglo de la carretera Francia–Madrid para que les fuese accesible á estos extranjeros que pretenden atraer, al venir á España”.
El 26 de mayo, de nuevo en Los deportes, se relataba la organización de la Caravana Automovilística que se realizaría de Barcelona a Madrid para conmemorar los festejos de las nupcias del rey Alfonso XIII con Victoria Eugenia de Battenberg. Entre los participantes figuraba Ramon Casas con su Delaunay-Belleville. El 9 de junio salió un número extraordinario dedicado a la Caravana Automovilística. Pere Romeu, el corresponsal de la iniciativa, enumeró las ciudades por las que pasó: Lérida, Fraga, Zaragoza, Bujaraloz, Guadalajara y Madrid. Según la “lista de señores que tomaron parte en la Caravana Automovilística”, Ramon Casas iba acompañado de los “Sres. M. Utrillo, F. Paret, J. Miró y Trepat y el chauffeur”.
La actividad de Casas con su nuevo vehículo fue frenética. En otras publicaciones se hace referencia a su persona, no como artista, sino como auténtico sportsman, que después de su afición al ciclismo (tenía bicicleta y tándem) se desenvuelve con enorme elegancia con su coche a motor.
El 22 de julio de 1907, El correo catalán se refería a una figura ligada a Casas: “Se encuentra en esta ciudad procedente de San Benito de Bages el celebrado pintor Santiago Rusiñol, que ha permanecido allí una temporada pintando algunos cuadros que seguramente han de llamar la atención de sus muchos admiradores”. La amistad que unía a los dos artistas se había consolidado en 1889, año en que se publica Por Cataluña (desde mi carro), escrito por Rusiñol e ilustrado por Casas. En los dos años citados, Rusiñol pinta el claustro de Sant Benet: en 1889, el óleo Claustro de Sant Benet de Bages, de 112 x 160 cm, y en 1907, tres óleos de medidas inferiores al primero, titulados El claustro, El patio del claustro y El almez del claustro de Sant Benet de Bages. No sería de extrañar que coincidiera con el tiempo en el que Casas pintó La cochera
En el siglo XIX se conocían los caminos de Barcelona a Vic, pasando por Granollers, y el camino de Barcelona a Vic, pasando por Moià, Sant Feliu y Santa Eulàlia de Ronçana. La diferencia de ambas rutas estaba en que la primera circundaba el río Congost y era muy llana; la segunda, la de Moià, iba siempre por montaña y pasaba por Sant Feliu, seguía el macizo de Montbui y bajaba hasta Santa Eulàlia.
En 1904 se estableció una línea regular de coches de tracción animal de Moià a Caldes de Montbui. Eran coches de tiro de cuatro mulas. Tenían las cocheras en Moià y recorrían el trayecto Moià – Castellterçol – Sant Feliu – Caldes (luego se tomaba el tren que iba a Mollet y, desde allí, a la Estación del Norte de Barcelona).
Las infraestructuras dejaban mucho que desear y los caminos o carreteras no tenían el uso al que estamos acostumbrados hoy en día, ya que los desplazamientos eran esporádicos. A partir del establecimiento de líneas regulares y de la incipiente popularización del automóvil se favorecerán las futuras mejoras. Asimismo, tal como se puede observar en la fotografía, los caminos que Casas debía recorrer en coche para llegar a Sant Benet de Bages estaban enfangados en el mejor de los casos, con lo que el viaje se convertía en una auténtica aventura y las paradas en fondas y hostales se hacían obligadas.
La cochera senyala señala un alto en el camino. Esta cochera está localizada la Fonda del Remei, en Moià, paso previo para llegar a Sant Benet desde Barcelona, y a la inversa. Este lienzo de grandes dimensiones une lo antiguo con lo moderno. Es el paso de evolución de una sociedad tradicional, simbolizada por las tartanas y los personajes que pertenecen a ese mundo (la señora con un pañuelo turquesa en la cabeza, el párroco, un joven mozo que tiene a sus pies una maleta y el mosso d’esquadra), frente a un vehículo a motor en solitario en el que está sentado el copiloto. Los personajes y tartanas de la izquierda quedan relegados a un segundo plano, cediendo el protagonismo al morro del automóvil y los reflejos que se desprenden de los metales dorados. Al fondo, al final del cuadro, la luz solar ilumina la estancia en un golpe técnico de modernidad que años atrás Casas había utilizado también en La mandra. La luz vertebra y da profundidad a la composición sin resaltar directamente los elementos protagonistas de la composición.
En esta obra volvemos a encontrar la dicotomía entre lo caduco y el progreso, en el mismo estilo que anteriormente habían reflejado los cuadros que presidían el hall de entrada de Els Quatre Gats. Nos referimos a Finales del siglo xix (el famoso tándem) y Principios del siglo xx, donde los protagonistas de ambas obras —Ramon Casas y Pere Romeu— conducen el vehículo mientras la pequeña mascota Ziem viaja sobre la cesta delantera de equipajes. La aplastante presencia del Delaunay-Belleville absorbe por completo el protagonismo de la obra, que se sirve del resto de los elementos para distinguirse todavía más en su imponente disposición.
Gabriel Pinós